Partamos de una base, el acto de reflexionar, por sí mismo,
no es malo; es más, debería acompañarnos en todas las circunstancias de la
vida. Sin embargo, se me antoja
una desafortunada ironía pedir reflexión, en materia electoral, a una persona
que lleva cuatro años sin poder trabajar, sin disponer de los recursos
necesarios para alimentar adecuadamente a su familia, sin dinero para pagar la
vivienda donde se refugia ni los gastos que acarrea, abochornada por depender
de la generosidad de sus familiares o amigos más cercanos para vestirse,
inmersa en la trampa de la ausencia de unos servicios sociales reducidos a la
mínima expresión o soportando, a duras penas, el desembolso que acompaña la
educación, la sanidad y otros servicios que deberían ser sufragados por los
impuestos que pagamos (casi)todos.
Pedir reflexión parece una broma de mal gusto tras ver, a
todas horas, la cara de quienes nos han exigido y obligado a un brutal
sacrificio, mientras vamos conociendo como se han enriquecido, robando a manos
llenas, sin una mínima muestra de humanidad. Esas mismas caras que nos decían, con tono engolado
alicatado de falsa solemnidad, que habíamos vivido por encima de nuestras
posibilidades, cuando eran ellos mismos quienes estaban vaciando las arcas del
Estado causando un agujero a nuestros derechos de cientos de miles de millones
de euros.
Pedir 24 horas de reflexión a unos jóvenes que han debido
abandonar todo lo que conocen, emigrar al extranjero en busca de un horizonte
vital que aquí se les ha negado y comprobar, aumentando exponencialmente su
indignación, que se les impide votar mediante sucias artimañas de leguleyo de
medio pelo; supone vivir instalado en el escenario donde se desarrolla una
tragedia de incierto desenlace.
Los ciudadanos que vivimos de nuestro trabajo debemos
pararnos a reflexionar sobre los derechos laborales que tuvimos y la situación
de neoesclavitud a que nos han conducido, con sueldos de miseria, jornadas
interminables, el chantaje permanente de un despido o contratos fugaces, a la
vez que la patronal aumenta sus beneficios con obscenidad y alevosía,
recogiendo los frutos de una Reforma Laboral dictada al oído de un Gobierno
dócil y sumiso al poder económico.
Reflexionemos, pues, sobre la tercera parte del Producto
Interior Bruto que se ha llevado la Banca sin que se sepa dónde ni a qué
bolsillos ha ido a parar ese dineral.
Como contrapartida, sí sabemos a ciencia cierta que esa burrada
financiera no ha tenido consecuencias para ellos y sí para nosotros, contribuyentes
humillados, que, si no lo remediamos, no lo volveremos a ver el fruto de
nuestro esfuerzo.
Reflexionemos pero bajito, porque reflexionar en voz alta
puede suponer una multa descomunal acompañada, en ocasiones, de una privación
de libertad incomprensible por el único hecho de manifestar una opinión o
protestar contra la injusticia que nos rodea.
De acuerdo, acepto la reflexión como un ejercicio necesario
pero, en el caso que nos ocupa, 24 horas son demasiadas. Unos pocos minutos nos bastarán para confirmar
que NO, NUNCA, JAMÁS, EN NINGÚN CASO Y EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA DEBEMOS VOTAR A
LA DERECHA, en ninguna de sus marcas electorales, que son lo mismo: Ratas portadoras de terribles
enfermedades sociales, todas alimentadas con la misma leche, la de la Rata
Madre que anida en lujosos palacios de las Élites Financieras. Eso sí, VOTEMOS.
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