domingo, 12 de julio de 2015

Sudor


Raca raca, raca raca, raca raca,  la cigarra hipnotiza con su mantra insidioso.  No quiere que te relajes imitando a su némesis, la hormiga, que vive a la fresca sombra de su nido subterráneo; pretende sacar de su letargo tu conciencia entumecida y que respires trabajosamente ese aire pesado y denso que quema tus pulmones por dentro, eternizando cada segundo de supervivencia con una agonía volcánica que dispara la ansiedad y el desasosiego inquieto.  La venganza, esta vez, es un plato que se sirve muy caliente.  Ardiendo.

Te sudan los ojos, pero no es esa sensación de escozor súbito cuando una gota salada supera la frontera de las pestañas, no; es un líquido molesto que poco a poco se va formando ante la pupila, distorsionando las imágenes en un juego de figuras fantasmales.  El parpadeo compulsivo no hace sino esparcirlo como un viejo visillo impregnado de polvo y nicotina añeja y la visión borrosa toma posesión del cerebro.  Notas un elemento extraño que obstruye cada lagrimal e, igual que un anciano rijoso en un vestuario femenino, te frotas los ojos para concluir que lo tuyo no tiene remedio.

Descansar, dormir un rato breve y reparador es una quimera fuera de tu alcance.  Piensas, narcotizado por la fiebre, que la concentración te ayudará a superar el trance e intentas levitar para no rozar siquiera las sábanas calientes y arrugadas.  Cada cambio de postura agrava el anterior y la almohada, desagradable y húmeda, es el enemigo que apartas con desprecio para luego, cuando parece que se haya refrescado, volver a abrazar buscando acomodo y dulzura, consciente de la brevedad de ese amor que, como el de pago, terminará frustrando tu déficit de cariño en cuestión de minutos.

La caravana tambaleante de muertos vivientes se encuentra y detiene en el vagón de metro.  La ducha de hace un rato es un recuerdo lejano en el tiempo y el espacio; las manchas delatoras en cuello, axilas, espalda y muslos se comparten con generosidad de nuevo rico en cada zarandeo del vagón en una coreografía cadenciosa, triste, dolorosa e inevitable.  La salida a la calle solo cambiará el escaso oxígeno, viciado de humanidad, reinante en los túneles por el penetrante aroma de cientos de miles de tubos de escape vomitando muerte gaseosa.

El despacho de dirección está cerrado a cal y canto y, tras las cortinas cerradas con celo, imaginas un paraíso de aire acondicionado, bebida refrescante y cabezadita clandestina en el sofá de las visitas.  Las máquinas del taller, ajenas al mundo, desprenden más calor que añadir a la cuenta de resultados del termómetro, los compañeros no hablan para no gastar un gramo de energía en esfuerzos estériles y envuelves los movimientos automáticos de las manos en ensoñaciones vacacionales al lado del mar, con una cervecita fresca y chapuzones a voluntad.

La jornada laboral ha terminado y, la vuelta a casa, es acompañada por el ritmo extenuante de tu amiga la cigarra.  Raca raca, raca raca, raca raca, … 


... Es verano.

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