Aunque trataba de disimular, las manos, temblorosas por la
emoción y los nervios, eran incapaces de abrir el sobrecito que venía
estratégicamente colocado entre las rosas. Por fin, alcanzó a rasgarlo por la solapa triangular que, en
blanco, ocultaba la identidad de su remitente y extrajo la tarjeta.
“Son malos tiempos para algo tan especial como lo que
tuvimos; ni nosotros fuimos capaces de entenderlo y no me atreveré a decir si
hubo un culpable ni si fui yo, quizá. Lo único cierto es que te echo de menos
como un diamante a su anillo, como un espejo sin imagen o como la lluvia sin un
suelo que regar. Separados no
somos nada, juntos formamos la suma de todos los todos. ¿Nos damos otra
oportunidad? Tuyo, M.”
La elegante caligrafía tornó en borrosa cuando una lágrima inundó
el campo de visión. ¿Por qué no había funcionado? Fueron tan felices cuando
todo comenzó, él había pulido sus defectos, compartido su sabiduría con
paciencia franciscana, le enseñó a pulir sus pecadillos de juventud y, en la
secreta intimidad, hasta habían sugerido alguna fecha para la boda. ¿Por qué no
había funcionado entonces?
Y recordó. Su
memoria adormecida se iluminó súbitamente y la tímida sonrisa quedó congelada,
le mintió tanto… Sus mentiras fueron innumerables, gratuitas, indiscriminadas,
patológicas, irremediables y dolorosas.
Con la conciencia aún débil por la hemorragia de emociones, prescindió de
los protocolarios papel de barba y pluma y, con eficiencia funcionarial, tomó
una hoja en blanco de un paquete y un rotulador del cajón.
“En serio, Mariano, cómo tienes la desfachatez de dirigirte
de nuevo a mí sin haber hecho nada para corregir el comportamiento que nos
separó. No puedo negar que la
naturaleza se conjuró en pos de nuestra unión pero tú y sólo tú rompiste la
magia y ya es muy tarde para restañar las heridas, profundas e infectadas. Tenlo claro, ni tú eres mi Pigmalión ni
yo tu Galatea; nuestro tiempo ha pasado, he cerrado ese capítulo de mi vida y
no recuerdo dónde tiré la llave.
Quizá no sea de tan alta cuna pero Pedro me ama sinceramente y, en su
modestia, creo que juntos nos espera un futuro de dicha e ilusión. Si en tu natural mezquindad, quieres recuperar
las flores para usarlas con otro, no te cortes, las encontrarás en el
contenedor frente a mi casa. No me vuelvas a llamar. Te ignora con desprecio, Alberto”
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