Resulta chocante observar en pleno siglo XXI como, año tras
año, millones de personas celebran con diferente grado de fanatismo la pasión y
muerte de Jesús. No seré yo quien
pretenda juzgar, condenar y etiquetar a quien, ejerciendo su libertad
religiosa, haya decidido depositar su fe en los dogmas de la Iglesia Católica
pero si invaden mi espacio, condicionan mi vida y me imponen ritos y
celebraciones, nadie en su sano juicio negará mi derecho a reaccionar en
defensa propia.
Es evidente que el mito de Jesús nació como símbolo de
resistencia a la invasión militar romana y a la imposición de sus leyes, pautas
y normas de comportamiento en sociedades que nada tenían que ver con las
europeas. La Historia reconoce, a
regañadientes y pasados ya varios siglos, la existencia de la figura de quien
conocemos como Jesús de Nazaret pero sólo eso, que existió alguien llamado así,
nada más. Todo lo demás se ha ido
inventando con el paso del tiempo; bien para adaptar celebraciones ancestrales
(paganas), de origen astronómico la mayoría, bien creadas ad hoc para
justificar unas leyes tendentes a controlar la sociedad y ostentar (detentar)
un poder mayúsculo otorgado “directamente” por Dios, que castigaba con brutal
dureza a quien osaba desobedecer.
Nadie sabe a ciencia cierta las fechas de nacimiento y
muerte de Jesús pero no es casual que coincidan; el nacimiento con el solsticio
de invierno, cuando los días comienzan a ser más largos y se celebra el triunfo
del sol y la luz y la muerte con la primera luna llena tras el equinoccio de
primavera, fecha en la que se estimaba que comenzaban a brotar los cultivos,
simbolizando la resurrección de la tierra yerma del invierno.
Curioso, por cierto, que toda la parafernalia que rodea la
Semana Santa y que está rodeada de fervor religioso y manifestaciones públicas
de gran calado social, están calcadas casi literalmente de la leyenda egipcia
de Osiris (300 años antes de cristo), nacido de una virgen y concebido por un
ser superior, con una vida milagrosa y con una muerte sucedida en primavera e
incluyendo por supuesto la resurrección al tercer día; incluso ambos están
simbolizados por una cruz. Da para
estar un ratito pensando en ello.
Se da por seguro que Jesús no sólo estuvo casado sino que
tuvo descendencia y, como en tantas otras cosas, se prescindió (y denostó) de
la figura femenina de Magdalena para establecer un núcleo únicamente masculino
alrededor del cual nació la Iglesia.
Por cierto, el matrimonio eclesiástico se instituyó en el siglo XI para
tener controladas las relaciones humanas, sexuales y garantizar la descendencia,
con la mujer sometida a la figura del varón. La misoginia de la Iglesia da para dedicar un tiempo
provechoso a preguntarse por qué.
De modo que, si te apetece celebrar la Semana Santa,
hazlo. Si eres creyente disfruta
de tus ritos pero no se los impongas a los demás, que está muy feo. Si no lo eres, aprovecha estos días de
asueto para descansar, viajar, disfrutar con la familia o lo que te de la gana.
Ahora es cuando aparece el listo de turno, con alma de
“cuñao irredento” y dice: “Pues para no creer en la Semana Santa, bien que
coges los días de fiesta. ¿Por qué no renuncias a ellos y los trabajas?” Porque la legislación laboral establece
que tenemos derecho a 14 festivos al año: 11 nacionales, 1 autonómica y 2
municipales. A mí me gastaría que
se llamaran de otra forma pero no tengo complejos a la hora de aprovecharlos
como mejor me venga en gana.
Pasadlo bien.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo Todo mi repudio a estas manifestaciones que no son propias de estos tiemposProcuro no ver nada pero es imposible Procuro imaginar que estoy en un pais normal pero viendo esto siento verguenza Saludos
Extensible a Navidades y demas fiestas de tipo religioso
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