sábado, 8 de julio de 2017

Excrecencias


Cuando fui al médico reconozco que lo hice un poco acojonado; me estaban creciendo “cosas”: uñas, pelo, dientes, opiniones, … y lo hacían de modo desordenado y abundante. El doctor, tras un concienzudo reconocimiento de mis extensiones corporales y mentales, me preguntó por antecedentes familiares y prescribió una analítica completa de sangre, orina, saliva e ideas. “Pero, qué es lo que tengo, doctor”, pregunté un el hilillo de voz que permitía mi compungida garganta. “Excrecencias”, dijo él con seguridad y me calmé bastante. Porque excrecencias es una palabra que no suena mal, no tiene esa pátina solemne que augura algún tipo de sufrimiento y que acompaña a los tradicionales términos médicos, ya sabes, esos que, invariablemente, terminan en “itis”, “algia” o los peores “oma”. Excrecencia era una palabra que no dolía, que se podía tolerar.

Para terminar de tranquilizarme, en cuanto llegué a casa busqué la dichosa palabrita en el diccionario: Excrecencia: Del latín excrecentia. Femenino. Protuberancia, generalmente carnosa, que se produce en animales y plantas, alterando su textura y superficie natural.  No sé yo, pensé. Pasé los dedos por la piel del antebrazo para detectar posibles alteraciones de la superficie y me pellizqué en la tripa con un poco de fuerza para comprobar la textura pero nada, salvo un poco de dolor momentáneo, no detecté nada que pudiera augurar ningún cambio reseñable y mucho menos una protuberancia, lo que quiera que sea una protuberancia. De vuelta al diccionario, resultó ser una prominencia más o menos redonda y, tras una nueva consulta, descubrí que se trataba de una “elevación de algo sobre lo que está a su alrededor o cerca de ello”. En resumen, para no aburriros: lo que el médico me había dicho técnicamente, es que yo sobresalía por encima de los que había a mi alrededor; o sea, que me crecían esas cosas porque sobresalgo de los demás o que sobresalgo de los demás porque me crecen esas cosas, que eso todavía no lo he aclarado.

Desde entonces vivo feliz, consciente de mi superioridad. Pertenezco a esa selecta parte de la humanidad que destaca sobre el resto, simple plebe que me rodea. Tolero sus naturales limitaciones condescendientemente y trato de impartir mi espontáneo magisterio con discreción para no asustarles, que el miedo les convierte en seres huidizos, cuando no peligrosos y así no hay forma alguna de transmitirles sabiduría.


Alguien, algún día, en algún sitio, será consciente de mi esfuerzo y lo reconocerá como merezco.

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