No es la primera vez que se hace este análisis y,
probablemente, no será la última pero insistir en él no le resta un gramo de
razón:
Llevamos cuatro años
escuchando/diciendo/criticando/denostando a quienes, en 2011 y siendo
trabajadores o parados, votaron al Partido Popular, propiciando con ello su
nefasta mayoría absoluta en el Gobierno o en numerosos ayuntamientos y
comunidades autónomas. Una
reflexión poco acertada.
Observando las cifras de votos obtenidas en diferentes
ámbitos electorales, comprobamos que sí, el PP cosechó un número mayor de
apoyos que en convocatorias anteriores, pero el aumento no fue tan grande como
para merecer el cheque en blanco que recibieron en 2011. Es más, en algunos lugares sufrieron un
descenso, leve, pero descenso al fin y al cabo. ¿Por qué, entonces, esas abrumadoras victorias? Por la abstención hacia los demás.
Se afirma, no sin razón, que los votantes del Partido
Popular son fieles hasta la náusea (en muchos casos, literalmente) y acuden a
las urnas con devoción de converso, no faltando a su cita ni en casos de
peligro mortal. Esa disciplina
espartana encuentra un pálido y laxo reflejo en los partidarios de la izquierda
(metamos a todos y así no nos distraemos con matices), que se deja llevar por
impulsos, perezas de naturaleza variada, cabreos cómplices o no concederle la
importancia que tiene. Ahora me
enfado y no respiro, o algo así.
Los analistas electorales de la derecha lo saben y juegan
con ventaja, el PP cuenta con un suelo rocoso de sufragios y la izquierda,
además, más fragmentada, se apoya en una base difusa.
En 2011 se añadió un efecto curioso; el descontento
generalizado producido por una grave crisis internacional, tuvo consecuencias
demoledoras en una clase trabajadora que, de un día para otro, perdió su
trabajo, su capacidad adquisitiva y contempló con asombro que el Gobierno de
turno había quedado noqueado, comatoso y sin capacidad de reacción. Esta indignación ciudadana fue
capitalizada, primero de modo espontáneo y después de manera organizada, por un
movimiento que promovió la negativa a ejercer el voto como medida de protesta
por la situación que estábamos padeciendo. Inconscientemente, esta fórmula de castigo tuvo mucho que
ver en la hegemonía que adquirió el Partido Popular que se encontró un caldo de
cultivo ideal que legitimaba su innata capacidad para hacer daño. De lo sucedido de 2011 hasta hoy, todos
tenemos datos irrefutables: El
desastre.
Sentadas estas premisas, la conclusión es obvia: Nadie debe faltar a su cita con las
urnas. Se podrá votar a la opción
que cada quien decida, la oferta cubre todo el espectro ideológico, pero votar
siempre. Porque “ellos” están
aleccionados, vigilantes y dispuestos, no debemos desperdiciar una sola
papeleta. Nos abruman con
encuestas de dudosa credibilidad, cuyo objetivo se fija en minar la ilusión de
cambio y “orientar” el voto indeciso hacia la opción que ha pagado por ese
sondeo. No caigamos en la trampa.
Ya hemos jugado a no votar y hemos sufrido las consecuencias,
juguemos ahora a votar en masa y seremos imparables.
1 comentario:
Mucha razón, algunos se les olvida la importancia de su voto.
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