Tienes que haber pasado unas largas vacaciones
en otro planeta si ignoras la famosas Crisis de las Subprimes que zarandeó la
economía occidental desde finales del 2007. Podría resumirse en un afán
desmedido de algunos bancos estadounidenses por ganar dinero rápido que
concedían hipotecas a todo el que lo solicitase aunque fuera un homeless de
libro. Esas hipotéticas hipotecas,
se vendían por miles en paquetes que iban comprando otros bancos de todo el
mundo y, cuando esa estructura financiera de cartón piedra se vino abajo, se
llevó por delante los ahorros de mucha gente y la solvencia de no pocas
entidades con esos títulos emponzoñados en su cartera.
Los bancos españoles, unos pioneros en
inventar nuevas formas formas de cagarla desde el S XVI, no contentos con las
hipotecas basura americanas, habían entrado en una vorágine de conceder
créditos a cualquiera que entrara en una sucursal a preguntar la hora, hasta
tal punto que se quedaron sin dinero propio y tuvieron que pedir prestado para,
a su vez, poder seguir prestando, una espiral suicida que solo necesitaba un
golpe de viento para derrumbar el castillo de naipes en que se había
convertido. De EE.UU. llegó un
huracán que los dejó desnudos a la intemperie. Bueno, desnudos, lo que se dice
desnudos, no; Europa puso como condición un aval del Estado para conceder esos
préstamos absurdos y, forzado por la Gran Banca y la bonanza económica, el
Estado se lo concedió.
La Banca (concretamente sus indocumentados,
ambiciosos y arribistas dirigentes), sustentada por su Primo de Zumosol, se
vino arriba y entró en una dinámica de derroche de nuevo rico y empezó a perder
dinero (que nunca fue suyo) en cantidades de, como mínimo, 7 cifras. Poco a
poco ya se habían ido “comiendo” el superávit del Estado en ayudas directas e
indirectas y, cuando este se acabó, empezó la coreografía de fichas de dominó
cayendo en cascada que obligó a “papá Estado” a pedir un rescate que cortar la
hemorragia. Recate que no nos iba
a costar un céntimo y que nuestros bisnietos seguirán pagando.
En este “escenario ideal”, a Rajoy empezaron a
cuadrarle los números: La Crisis enmascararía las medidas neoliberales que
traía bajo el brazo y que habrían sido legitimadas por una reforma expres del
Art. 135 de la Constitución que, un Zapatero entumecido por los golpes, le
concedió sin evaluar las consecuencias. Para los ciudadanos fue la Tormenta
Perfecta.
La famosa reforma constitucional decía,
básicamente, que los recursos del Estado se destinarían prioritariamente a
reducir el déficit, pasando por encima de quien hubiera que pasar. De este modo
se adentraron, nos adentramos, en el proceloso océano de los recortes. Ahora
le metemos un tijeretazo descomunal a la Sanidad Pública, ahora reducimos los
centros educativos a su mínima expresión, ahora ponemos en la calle a más de
100.000 trabajadores públicos (ninguno de ellos directivo), ahora ignoramos el
sufrimiento de los Dependientes, ahora subimos los impuestos indirectos y
atenuamos la carga a los más poderosos, ahora introducimos copagos o, la medida
más deseada por los indeseables, ahora le hacemos una felación comunitaria a la
CEOE mediante una Reforma Laboral que deje en manos de la Gran Patronal la vida
de 5 millones de parados, cuyo trabajo, aunque necesario, no se pondrá en
marcha hasta que los empresarios vean concedidos sus caprichos y den la orden
de contratar. Ahora bien, no han perdido el tiempo y el dinero: Se han salido
con la suya mientras obtenían unos beneficios insultantes en lo más duro de la
crisis.
¿Qué ha sido del déficit? Poca cosa; tras
innumerables recortes, privatización de los servicios públicos más rentables y
un incalculable sufrimiento personal por parte de los más desfavorecidos, NUNCA
se han cumplido las cifras de déficit dictadas por Europa, es cierto que se han
ido reduciendo pero lo habrían hecho en la misma medida sin la ficticia
política de austeridad que nos ha rebozado por el lodo.
No solo eso, del mismo modo que se mantiene el
cacareado déficit, nadie nos cuenta que Rajoy se encontró, cuando llegó al
poder, una deuda pública cercana al 70 % del PIB que, cuatro años de
sufrimiento más tarde, ya toca el 100 % o lo que es lo mismo, debemos casi un
billón y docientos mil millones de euros, es decir, (casi) todos
los ciudadanos de este país somos carne de esclavitud sometidos a las agencias
de rating que dictan nuestra solvencia y, por tanto, qué intereses pagamos por
la permanente refinanciación de esa deuda monstruosa.
En este círculo vicioso, el paro nunca
descenderá, no interesa la gente satisfecha. Es más eficaz tenerlos asustados y
dóciles para que acepten sin pestañear las nefastas condiciones laborales con que
los chantajean.
Europa tolera al tonto útil que siempre ha
sido nuestro Gobierno porque les interesa, en el momento que dejemos de
servirles, no tienen más que volver a tirar de la cadena como hicieron con
Grecia.
Estos son sus argumentos
ocultos, los que no nos cuentan. Y todo sin contar lo que han robado a manos llenas. Ahora, si quieres, primero lo compruebas y
luego los vuelves a votar.
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