Que bonito tiene que ser eso de
poder volar... Bonito... Sugerente... Enigmático... Romántico... No sé, quizá
sea por eso que la humanidad lo ha intentado desde siempre. Estoy segura de que
todos, en alguna ocasión, hemos soñado con esa sensación maravillosa de ir
flotando por el cielo, sobre una nube, sin más destino que el que marque el
viento... Relajada ... Libre. De vez en cuando sumergirte en una nubecilla de
algodón, haciendo cabriolas según avanzas hasta que... ¡Zas! Te estampas contra
una montaña que estaba ahí desde siempre pero, flotando en tu fantasía, no la
viste. Y caes, dolorida y desmadejada, dando tumbos por la ladera hasta el
fondo de un precipicio.
Más o menos así es como me sentí la
primera vez que me pegó mi marido, mi exmarido... el animal ese.
Y, como en las películas, cuando
hay un accidente en la montaña, de inmediato arranca la Operación Salvamento.
Ante mi estupor, mi dolor y mi sorpresa me abrazó. –¡¡No sé lo que me ha
pasado, cariño, perdóname, perdóname, perdóname!!- Me decía llorando. Y yo
aturdida, enamorada, le creí.
Con el paso del tiempo se me olvidó
lo que había hecho ¡Cómo se puede ser tan tonta! Y vinieron los niños, los tres
seguiditos: Arturo, Jorge y Patricia, así, de tirón, en tres años, tres niños.
Yo creo que fue entonces cuando apareció, cuando se mostró abiertamente, sin
careta, la mala bestia que vivía en mi casa: Que si “Joder, te has puesto como
una vaca”; que si “Esta comida es una puta mierda”; que si “Eres una inútil”.
Cada día avanzaba un pasito más y yo no entendía nada.
En mi soledad me iba hundiendo poco
a poco. Mi madre estaba en el pueblo, los pocos amigos que tenía eran también
los suyos y el cura... luego hablaré del cura. Debió ser por entonces cuando,
por fin, me anuló, cuanto más me esforzaba por agradarle o por evitar sus
broncas y sus insultos, ya no lo sé, más se crecía él. Venía por casa cuando le
parecía, me tiraba la comida a la cara, se gastaba todo el dinero ¡Que lo
ganaba él, decía! ¡Que yo no sabía administrar una casa, que yo no sabía ni
sumar! Yo no quería nada para mí pero no podía permitir que los niños fueran
como pordioseros, que les faltara comida o pañales o ropa o juguetes, lo que
sea.
Y se lo dije. Llegó a casa a las
tantas, borracho pero se lo dije, muerta de miedo pero se lo dije.
El primer golpe no lo vi venir, ni
el segundo, ni ninguno. Sólo me recuerdo tirada en el suelo, hecha un ovillo,
recibiendo cada puñetazo, cada patada, cada insulto sabiendo que no lo merecía
pero ¿quién merece eso? Nadie, ni siquiera él. Luego, cuando se cansó,
satisfecho de su comportamiento indigno, me tiró encima un puñado de billetes y
se marchó.
Al cabo de dos días eché de menos a
mi marido, mi exmarido... el animal ese y, preocupada, me acerqué a la comisaría.
Me veía desde fuera, como en las pesadillas, deambulando magullada como un
zombi, me preguntaron si quería poner una denuncia -¿Por la
desaparición?.Pregunté yo. –No, por los malos tratos .Respondió la mujer que me
atendió. Y desperté.
Durante el reconocimiento médico,
las charlas con la psicóloga y después con la abogada fui recordándolo todo,
punto por punto, palabra por palabra, insulto por insulto y golpe por golpe.
Tomé conciencia clara de quien era
yo y quien era él, quien no era él. Me hice un firme propósito, un compromiso:
el de no volver a consentir que ocurriese. No me alimentaba el odio, de verdad,
sólo quería hacerme justicia a mí misma, recuperar mi persona y mi dignidad.
Arturo, mi hijo, mi Arturito,
estaba haciendo la catequesis y una tarde me hizo llamar Don Adolfo, el cura.
Me dijo que se había enterado por el niño de que sus padres estaban separados y
me recordó que el matrimonio es indisoluble, que debía guardar respeto al padre
de mis hijos. Si consentía en volver a la normalidad, me dijo, él mismo
hablaría con mi marido, con mi exmarido, con el animal ese para solucionarlo
todo. Le expliqué lo sucedido y me negué en redondo a su proposición y, para mi
sorpresa, en vez de entenderlo, me amenazó con no celebrar la comunión del niño.
¿Quería borrar de un plumazo todo el drama de mi vida con un vulgar chantaje?
Ni loca, respondí, y ni mis hijos ni yo hemos vuelto por una iglesia.
Con el tiempo mi vida se fue
normalizando, empecé a trabajar en lo que pude... ¡Qué remedio! Y no volví a
ver al bestia hasta que nos citaron en el juzgado. Para ser sincera fue una
situación muy desagradable. Al entrar, él me pidió perdón, me dijo que había
cambiado y que quería volver a intentarlo. Yo le dije que no. Buscó entonces
por el lado emocional, me dijo que me quería y echaba mucho de menos a los
niños. Yo le dije que no. Y volvió por sus fueros: voces, amenazas, algún amago
violento, todo esto en el juzgado, me hubiera reído si no hubieran vuelto mis
fantasmas y no estuviese muerta de miedo. Pero me mantuve firme.
Un día, al volver del trabajo,
estaba en el descansillo de la escalera cuando escuché el teléfono de casa.
Abrí corriendo la puerta y fui al salón a cogerlo. Era mi abogada. Mientras le
escuchaba, eché un vistazo rápido por el salón y allí estaba él, sentado en un
sillón. No sé como había entrado, pero el brillo de sus ojos no presagiaba nada
bueno. Noté como la sangre se me bajaba a los pies y oí que el teléfono seguía
hablando. Presté, mecánicamente, atención al auricular y la voz de mi abogada
decía: -Vengo del juzgado, tu marido ha perdido el juicio. Respiré hondo y,
antes de colgar, le dije: -No lo sabes tú bien, avisa a la policía.
Cuando mi cuerpo atravesó la
ventana el tiempo se ralentizó... Me dio tiempo a visitar, como cada noche, la
habitación de mis hijos, a remeter las mantas, a darles un cálido beso en la
frente y a decirles adiós. También vi mi nueva y feliz vida sin él y durante
tres eternos segundos... fui verdaderamente libre.
3 comentarios:
Qué tremendo, Fermín. Ojalá fuera ficción.
La realidad cruda y dura.... hasta cuándo?? Menos actos sociales y más presupuesto para protegernos....
Es fundamental que dejan de jugar con la Educación y, desde ya, implementen planes educativos que trabajen en un ambiente de igualdad real desde bebés hasta la universidad. Es el futuro, todo lo demás son paliativos.
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