domingo, 27 de marzo de 2016

Una pérdida de tiempo


Si hay algo en lo que todos estamos da acuerdo es en que el bien más valioso que existe, por escaso, caprichoso y fugaz, es el tiempo.  Siempre aparecerá un “cuñao” que afirme que está científicamente demostrado que no; que es el agua, el oro, los diamantes, el coltán, el sentido común o la sensatez en los gobernantes, pero me da lo mismo, por mucho que se empeñen los cuñados del mundo reunidos en asamblea, hoy voy a escribir del tiempo.

Hablamos de tiempo, que no es lo mismo que “hablar del tiempo”, aunque dediquemos mucho tiempo a hablar del tiempo; pero donde no terminamos de coincidir es en el concepto de “pérdida de tiempo”.  Hay quien frivoliza con esta idea y la asimila a las pérdidas de orina:  Cuando te estás dedicando a tareas aparentemente improductivas puede parecer que desperdicias el tiempo pero no es así, tu cerebro está trabajando en segundo plano, extrayendo conclusiones, almacenando aprendizajes o simplemente descansando, del mismo modo que la orina no se pierde, cambia de sitio; pasa de estar retenida en la vejiga a diseminarse por el mundo, empapar la ropa o algún adminículo colocado a tal efecto.  Tanto en un caso como en el otro, se les da un uso diferente al inicialmente previsto pero, por supuesto, completamente legítimo.

Con animo conciliador, pensaba poner aquí la definición que la Real Academia da del verbo “perder”, pero son 27 acepciones y no es plan, de modo que, a lo que iba, objetivamente hablando, “perder” tiempo es lo que sucede cuando cambiamos los relojes del horario de invierno al de verano: Las 2 de la noche pasan, automáticamente, a ser las 3 y una hora de nuestra vida se pierde en el limbo (o queda en depósito para recuperarla en el siguiente cambio horario que, digo yo, todo ese tiempo acumulado generará unos golosos intereses que alguien se está embolsando clandestinamente en vez de repartirlos como debiera).

¿Qué se puede hacer en esa hora perdida?  Las respuestas a esta pregunta pueden acercarse al infinito:  Dormir (dado el momento empleado para eliminarla), follar (cualquier momento es bueno), leer (lo mismo pero menos), comer (y, lógicamente, tras su transición fisiológica, cagar), charlar (aunque se pueda hablar solo, lo suyo, como en el sexo, es hacerlo con alguien), bailar (la conjunción de tiempo y música es muy interesante), trabajar (qué pereza aunque, si le restamos una hora, vale) y un eterno (otro concepto temporal) etcétera.

De hecho, ya lo dijo Einstein, el tiempo es relativo; esta es la causa de que el mes de vacaciones discurra infinitamente más rápido de un mes convencional de trabajo o que se detenga cuando esperas un minuto mirando el reloj del microondas.

Llegados a este punto, pensarás que te estoy haciendo perder su valiosísimo tiempo con una paja mental absurda.  En absoluto.  Mientras has estado leyendo este divertimento, en tu cerebro han aflorado pensamientos relativos a este asunto que se fraguaban de modo profundo e inconsciente y, probablemente, acompañes el final de este texto con una leve y cómplice sonrisa.

Todo el tiempo que hemos dejado atrás no está perdido, lo hemos sumado al fondo del que, en el futuro, se servirán quienes vendrán después.

Solo una cosa más:  Ocupa tu tiempo en lo que quieras pero disfrútalo.


1 comentario:

azul dijo...

Excelente análisis que ha podido ser también perder el tiempo, pero con el valor añadido de haberle dedicado un tiempo…