domingo, 3 de abril de 2016

Colores


El color no es otra cosa que la longitud de onda de la luz, reflejada por un objeto, que perciben los receptores situados en la retina.  Parece mentira lo que ha dado de sí una definición tan fría y desapasionada aplicada a los diferentes ámbitos de la vida.  Así, cuando se enfrentaban dos ejércitos en una batalla, los contendientes se identificaban con un color en concreto, normalmente asociado al de una bandera, pendón o escudo heráldico, para distinguirse del enemigo y no herir o matar a sus propios soldados.

Desde la revolución francesa el rojo y el azul adquirieron una identificación clara con unas ideas políticas concretas que, a su vez, se asociaban con los términos “izquierda y derecha” en función de su ubicación en los escaños de la Asamblea Nacional.  El rojo fue el emblema revolucionario en clara alusión al color de la sangre ciudadana y plebeya en contraposición con la “sangre azul” de la aristocracia y la monarquía.  En líneas generales se viene identificando el rojo con la izquierda y el azul con la derecha en todos los países de nuestro entorno socio cultural, salvo en EE. UU., donde el Partido Demócrata (centro-izquierda) se identifica con el azul y el Partido Republicano (derecha o ultraderecha) se asocia con el rojo (aunque en su origen estuvo a la izquierda del Partido Demócrata).

Hoy día, esta sencilla polarización cromática se ha convertido en un follón de dimensiones cósmicas.  Hay opciones políticas de prácticamente todo el espectro que abarca desde el blanco hasta el negro y, para saber o creer saber con quién te juegas los cuartos, hay que tener siempre a mano un “pantone” que nos aclare qué tonalidad se corresponde con qué tendencia, no nos vayamos a liar y nos veamos inmersos en la opción indeseada, rodeados y tratando de disimular para que no se nos note.

Según donde mires, te dirán que el morado es el color del futuro o apuestan por teñirlo todo de naranja porque es tendencia.  El verde tuvo su momento álgido aunque nunca ha dejado de estar presente y nos hemos tropezado con variantes de tono magenta, amarilla o negra.  El caso es que hay personas que lo fían todo a un color y, de manera enfermiza, eligen la ropa, el coche, las paredes de su casa, el tinte de pelo o los preservativos de ese matiz cromático y quienes, como es mi caso, no nos fijamos mucho (o nada) en esos signos externos.

Es curioso, no obstante, jugar a qué resultado se obtendría de la mezcla de algunos colores y, en la mayoría de las ocasiones, el resultado obtenido se acercaría mucho a ese pardusco feote que, de niños, adquiría la plastilina cuando la revolvíamos toda.


Por mi origen social y tendencia natural, llevo toda la vida rodeado de personas que se definen de izquierda, es decir, presumen de “rojos” y se da la curiosa paradoja de que, una gran parte de ellos, padece ese síndrome denominado “cleptomanía de bolígrafo” que hace que desaparezcan misteriosamente de tu mesa todos los bolígrafos azules que pongas en ella (aunque sean cientos). Hace años di con la solución: Sólo tengo un boli azul en la mesa pero le ha puesto la capucha de un boli rojo. Consecuencia: Nadie lo quiere que llevo gastados más de 20 consecutivos de principio a fin. ¿Es ese un signo de nuestra tendencia oculta, es postureo, es casualidad o es solamente una (otra) paja mental de una mente enferma?  Pensemos en ello…

1 comentario:

Inés dijo...

Y todo se refleja en los colores que se nos ponen. Mientras nos ponemos blancos y los penemos verdes, los que se ponen morados de robar no se ponen colorados ni nada,