Pretendiente 1:
Salió de la ducha con una sensación agradable en la piel, limpió
torpemente con la mano el vaho condensado en el espejo y confirmó sus
sospechas; estaba con el guapo subido. “Hoy follo, seguro”, pensó mientras
aprovechaba la sonrisa incontenible para ensayar poses seductoras. Con el complemento de la ropa adecuada
no habría ser humano sobre la tierra capaz de resistírsele.
Pretendiente 2:
El cepillado parsimonioso de su larga melena le servía de ejercicio de
introspección y concentración absoluta.
Tenía todo lo necesario para triunfar pero no remataba; una estrategia
medida, argumentos impecables, una legión de seguidores entregados, dominio del
escenario, estética rompedora y sensación de novedad en cada actuación. ¿Por
qué no había cuajado? Quizá, sólo
quizá, por un exceso de ambición aunque, pensándolo bien, no era cierto, era
una imagen que le habían asociado y tendría que lidiar con ella. Tampoco era
tan complicado.
Pretendiente 3:
Era el sueño secreto de toda suegra tradicional: Buena educación, discreción en el atractivo, cómoda posición
social, transmitiendo modernidad sin caer en el esnobismo, el ojito derecho de
sus jefes y el personaje de moda en los mentideros del barrio. Había renunciado a sus principios
íntimos, al menos de cara al público, y su sacrificio le estaba reportando una
jugosa recompensa. Si era
inteligente jugando sus cartas acabaría dominándolo todo, sólo necesitaba un
poco más de paciencia y ese era un recurso del que tenía el almacén lleno.
Pretendiente 4:
Probó a mirar el mundo a través de las volutas del humo espeso de un
habano pero el resultado fue el mismo: Hastío. Estaba acostumbrado a permanecer arrellanado en su cómoda butaca
del reservado, escuchando o haciendo que escuchaba a sus numerosos visitantes
diarios. Los trataba con desprecio, condescendencia, atención o servilismo
según conviniera cada caso a quienes le propusieron y mantenían en el
poder. “El juego de los
equilibrios es complejo”, acostumbraba a pensar, “si lo mantienes compensado
todo irá bien, pero si lo desequilibras se caerá…” terminaba, convencido de
haber sumado una perla valiosa al joyero de la filosofía política.
Cuando el garito de moda se llenó de gente, la barra era un
hervidero de pulsiones y pasiones: Miradas, susurros, desdén, caída de ojos,
sonrisas, palabras medidas, silencios cómplices, ansia desmedida, celos, acusaciones, excusas,
disgustos, orgullo, …
… los primeros días, los numerosos clientes se agolpaban
alrededor esperando el resultado, se cruzaban apuestas e, incluso, los
partidarios de uno u otro lado, en arrebatos de pasión mal digerida, habían
llegado a las manos. Transcurridos
ya varios meses sin avances por ningún lado, el público se convenció de que se
trataba de una estrategia de la dirección para que, mientras los mantenían
entretenidos, fueran tomando copas compulsivamente.
Cuando el consumo de bebida empezó a bajar, la dirección
valoró cambiar de jugada, u ofrecían un nuevo espectáculo o el público
cambiaría de local. Así de simple.
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