domingo, 10 de abril de 2016

El juego de la seducción no admite trampas


Pretendiente 1:  Salió de la ducha con una sensación agradable en la piel, limpió torpemente con la mano el vaho condensado en el espejo y confirmó sus sospechas; estaba con el guapo subido. “Hoy follo, seguro”, pensó mientras aprovechaba la sonrisa incontenible para ensayar poses seductoras.  Con el complemento de la ropa adecuada no habría ser humano sobre la tierra capaz de resistírsele.

Pretendiente 2:  El cepillado parsimonioso de su larga melena le servía de ejercicio de introspección y concentración absoluta.  Tenía todo lo necesario para triunfar pero no remataba; una estrategia medida, argumentos impecables, una legión de seguidores entregados, dominio del escenario, estética rompedora y sensación de novedad en cada actuación. ¿Por qué no había cuajado?  Quizá, sólo quizá, por un exceso de ambición aunque, pensándolo bien, no era cierto, era una imagen que le habían asociado y tendría que lidiar con ella. Tampoco era tan complicado.

Pretendiente 3:  Era el sueño secreto de toda suegra tradicional:  Buena educación, discreción en el atractivo, cómoda posición social, transmitiendo modernidad sin caer en el esnobismo, el ojito derecho de sus jefes y el personaje de moda en los mentideros del barrio.  Había renunciado a sus principios íntimos, al menos de cara al público, y su sacrificio le estaba reportando una jugosa recompensa.  Si era inteligente jugando sus cartas acabaría dominándolo todo, sólo necesitaba un poco más de paciencia y ese era un recurso del que tenía el almacén lleno.

Pretendiente 4:  Probó a mirar el mundo a través de las volutas del humo espeso de un habano pero el resultado fue el mismo: Hastío.  Estaba acostumbrado a permanecer arrellanado en su cómoda butaca del reservado, escuchando o haciendo que escuchaba a sus numerosos visitantes diarios.  Los trataba con desprecio, condescendencia, atención o servilismo según conviniera cada caso a quienes le propusieron y mantenían en el poder.  “El juego de los equilibrios es complejo”, acostumbraba a pensar, “si lo mantienes compensado todo irá bien, pero si lo desequilibras se caerá…” terminaba, convencido de haber sumado una perla valiosa al joyero de la filosofía política.

Cuando el garito de moda se llenó de gente, la barra era un hervidero de pulsiones y pasiones: Miradas, susurros, desdén, caída de ojos, sonrisas, palabras medidas, silencios cómplices, ansia desmedida, celos, acusaciones, excusas, disgustos, orgullo, …

… los primeros días, los numerosos clientes se agolpaban alrededor esperando el resultado, se cruzaban apuestas e, incluso, los partidarios de uno u otro lado, en arrebatos de pasión mal digerida, habían llegado a las manos.  Transcurridos ya varios meses sin avances por ningún lado, el público se convenció de que se trataba de una estrategia de la dirección para que, mientras los mantenían entretenidos, fueran tomando copas compulsivamente.


Cuando el consumo de bebida empezó a bajar, la dirección valoró cambiar de jugada, u ofrecían un nuevo espectáculo o el público cambiaría de local. Así de simple.

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