Cuando todo apunta a repetición de las elecciones
generales, allá para el mes de junio, un sencillo ejercicio de aritmética política
nos demuestra que, posiblemente, sea la mejor solución para que veamos con
claridad la situación.
El aparatoso esqueleto, formado por castillos de naipes
superpuestos, en el que el Gobierno había sustentado su hipotética recuperación
económica, se está viniendo abajo con estrépito. No es extraño; estaba calculado para dar una sensación de
bonanza a gruesos brochazos, coincidiendo con el cierre del ejercicio 2015
pero, ya avanzado el 2016, las débiles costuras sujetas con alfileres van
cediendo una tras otra.
En 2011 funcionaba a pleno rendimiento la máquina de
convertir en chopped de ínfima calidad todo lo que oliera al denostado
Gobierno Zapatero (que no era santo de mi devoción pero, visto en perspectiva,
promovió reformas sociales muy interesantes por las que, quizá en parte,
sembraron su camino de trampas en lo económico). La crisis mundial provocada por el colapso de las sub
primes, golpeaba con saña a la construcción, motor de la economía nacional por
la descomunal burbuja inmobiliaria y dejaba a su paso un reguero de cadáveres
económicos en forma de colapso financiero, cierre súbito de fuentes de crédito,
desaparición de empresas por falta de financiación, aumento exponencial del
paro y volatilización fugaz del superávit del Estado en un estéril parcheo de
la hemorragia que afectaba a todos los sectores. Aún así, con unas cifras de desempleo rondando los 4
millones de un día para otro, el sacrosanto déficit superó en 2 o 3 puntos el
programado por Europa y, con la deuda pública situada en un 67% y 70.000
millones en la hucha de las pensiones, la situación no era tan espantosa como
nos hicieron creer.
Zapatero se equivocó (o le “equivocaron”). Sus reformas sociales y alguna actitud
de postureo rebelde ante los poderosos, le granjearon la inquina de
determinados sectores que, a su vez, emprendieron una cruzada en prácticamente
todos los medios de comunicación (financiados por ellos), un chantaje desde las
instituciones europeas y un puñal artificial en la yugular llamado “prima de
riesgo” que, manejado con saña por un ente abstracto denominado “mercados”,
provocaron la reforma exprés del 135 de la Constitución que la que no ha dejado
de arrepentirse un solo día. Todos
tenemos en la retina la imagen de un presidente balbuceante, que llamaba
“desaceleración” a un crítico frenazo en seco y, maltratado por todos,
deambulaba por los medios de comunicación como un boxeador sonado.
Curiosamente, cinco años después, las alimañas que se
cebaron con la debilidad de Zapatero están en el Gobierno. El paro ronda los cuatro millones con
una infinita precariedad laboral; cientos de miles de millones gastados en
rescates (que, dicen, no han existido), evaporados de nuestras cuentas y condensados luego en paraísos fiscales,
recortes brutales que afectan sobre todo a votantes de opciones ajenas (los
desfavorecidos) y subvenciones sospechosas (sólo la Iglesia se ha llevado
55.000 millones sumados a lo que ha dejado de pagar); el sacrosanto déficit ya
se ha desviado casi 2 puntos, la deuda pública está en un 100% del PIB (350.000
millones más que con Zapatero) y la hucha de las pensiones ha quedado reducida
a la tercera parte. Las
grandilocuentes previsiones económicas del ministro de Guindos se van rebajando
de 3 en 3 décimas y, el mismo ministro, lo achaca a: ¡¡La DESACELERACIÓN global
de la economía!!
Si no hay un milagro de última hora y considero más probable
el descubrimiento de la Fusión Fría, tendremos elecciones para junio y será el
momento de volver a barajar y repartir cartas. A ver si esta vez no se permite participar a tahúres de
medio pelo, prestidigitadores de lo ajeno y tramposos y chorizos a jornada
completa y, si aún así se presentan, en cuanto se les descubra, sean arrojados por la
borda a las turbias aguas del Mississippi para ser recogidos como peleles
chorreantes por la barcaza de la policía fluvial. Ya sabemos quienes son los actores pero, uno en particular, el PSOE, debe redescubrir que la salida será por la izquierda o no será. Volvamos a votar con la misma ilusión pero con los ojos muy
abiertos. Total, sólo nos va la vida en ello.
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