lunes, 27 de agosto de 2012

INDESEABLES


Llevamos todo el día con las vísceras al retortero.  Desde la aparición de la noticia que afirma que los restos orgánicos, encontrados en una hoguera de Las Quemadillas, corresponden a Ruth y José; se han exacerbado las sensaciones, los sentimientos y las emociones y el cuerpo nos pide sangre.  Aunque no responda a una respuesta racional, es lógico que reaccionemos así...

Sin embargo, el cerebro apuesta por la serenidad, la sensatez y el buen juicio.  Veamos:  Una vez que se constate judicialmente que, efectivamente, esos restos corresponden a los niños y se incorporen como pruebas al sumario, habrá que demostrar que fue José Bretón quien los mató y, posteriormente, trató de hacerlos desaparecer practicando toda suerte de engaños para distraer la investigación.

De la solvencia de las pruebas aportadas dependerá la contundencia de la condena y, de ello estoy seguro, el ordenamiento jurídico español dispone de medios más que suficientes para sentenciar a este indeseable a una condena ejemplar.  Lo que nos digan las tripas responde a otro tipo de estímulos pero la aplicación de la Ley sólo tiene un camino; el esclarecimiento de los hechos, la carga probatoria y una sentencia condenatoria de acuerdo a las premisas anteriores.

Me llama la atención; será por la lejanía, el ostracismo mediático o por ambas cosas; la escasa o nula respuesta que tenemos como sociedad hacia otro tipo de indeseables que, desde su despacho, condenan a una muerte atroz a miles, millones de personas de toda edad, bien consintiendo matanzas sangrientas en respuesta a intereses geoestratégicos bastardos o bien especulando con alimentos de primera necesidad que condenan a la inanición a zonas enteras del planeta por aplilar unos miles de millones más a su obscena cuenta de resultados. 

A todos ellos y a los gobernantes que se lo permiten por acción u omisión, arruinando países enteros, les deseo un juicio ejemplar en el Tribunal Penal Internacional por sus horrendos crímenes de lesa humanidad. 

Trato, no sé con qué resultado, de mantener la calma y, con toda seguridad, pecaré de ingenuo pero si me dejo llevar por la espiral de mala sangre que me invade terminaré frustrado y encabronado de por vida.  Llamadlo defensa propia.