La reciente publicación de un estudio, que certifica que
Jesús de Nazaret estaba casado, ha levantado una polvareda de dimensiones
cósmicas en el seno de la Iglesia Católica. Buena parte de los dogmas sobre los que se han construido
sus creencias, se tambalean peligrosamente sobre sus cabezas, hasta tal punto,
que no debería extrañarnos que, en breve, sustituyan mitras, bonetes y tocados
por unos vistosos cascos de obra que, con diferentes colores, definan su condición
jerárquica dentro de la curia.
De este modo, desaparecería la secular y enfermiza fijación
mostrada por la Iglesia en contra de todo lo relacionado con el sexo, en
general, y de la mujer, en particular.
¿Desaparecería? No lo creo.
Mucho antes de la aseveración, por Sigmund Freud, de que el
sexo condiciona todas las actividades de nuestra vida, la Iglesia ya lo sabía y
lo empleaba como el arma más poderosa para manipular, intimidar, castigar,
gobernar, imponer, asustar o estigmatizar las vidas y haciendas de sus fieles y
acólitos.
La artificial negación de que Jesús, su mayor estandarte,
mantuviera relaciones con mujer alguna; motivó el ultrajante Voto de Castidad y
el celibato que, a lo largo de la historia, ha causado frustraciones sin cuento
en todos sus miembros, desde el humilde fraile hasta el propio Papa;
frustraciones que se proyectan en los demás mediante otro arma poderosa, la
Culpa.
¿Quién ostenta el dudoso honor de ser el culpable de todos
los males del mundo? La mujer.
Desde la atribución del Pecado original a la perversa Eva, se ha
edificado una cárcel donde permanece encerrada la mitad de la humanidad, la
femenina, y sólo puede atenuar el rigor su condena, como en las prisiones
humanas, aplicando la cláusula de Buen Comportamiento, esto es, obediencia
ciega al varón a quien debe servir y complacer en todos sus deseos. Es decir, los Ministros de la Iglesia,
no son sino meros carceleros, lo pinten del color que lo pinten.
La Legión de Orates que conocemos como Conferencia Episcopal
Española, se ha puesto a la tarea de condenar cualquier avance social que
aligere el atavismo de culpabilidad que lleva sobre sus hombros la mujer
española; de este modo, bajo la máxima de “La mujer en casa, con la pata
quebrada” ha ido torpedeando su incorporación a la educación, al mundo laboral,
el voto femenino, los anticonceptivos y, su casus belli actual: El aborto. Todos estos factores confieren a la
mujer su condición de Ser Libre y, sin la obligación de permanecer en el hogar
cuidando una prole numerosa, convierten a la mujer en un elemento
peligrosamente desestabilizador del Orden Establecido.
También son tradicional objeto de sus invectivas los
colectivos homosexuales en todas sus variedades ¿Por qué? Porque, desde el
momento en que no pueden ejercer su nefasta influencia en la relación
convencional hombre-mujer, no pueden mediatizar su comportamiento y las
personas libres son las más peligrosas.
Así, día si, día también, salen a nuestro encuentro
declaraciones sonrojantes o directamente delictivas ora del inefable Rouco
Varela, ora de su fiel escudero Martínez Camino, ora del Arzobispo de Alcalá de
Henares, ora del de Granada, ora del de Tenerife, ora del de Córdoba, … lo
dicho, una legión de orates. La herramienta
más esgrimida por estos seres abyectos es el miedo y el antídoto más eficaz
contra el miedo es la risa.
Riámonos de ellos a mandíbula batiente, no veas cómo les jode…
Hace poco leí esta frase: La Iglesia Católica que ha visto
obligada a rectificar cientos de veces a lo largo de la historia, los ateos no
hemos fallado ni una…
Pues eso.
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