domingo, 4 de octubre de 2015

Volkswagen, Rato y los malos humos



Siendo la de “trilero” la formación con más salidas laborales, descubrimos que, como en todo, hay categorías que van desde el que truca los recibos de la comunidad de propietarios para quedarse un pellizquito para sus gastos, hasta los monstruosos (más por sus efectos que por su tamaño) entramados financieros que juegan al Monopoly con los países y el futuro de sus habitantes; eso que conocimos bajo el eufemismo de “los mercados”.

En las últimas fechas hemos conocido dos casos, aparentemente distintos, que muestran ciertos paralelismos entre sí:  Los pufos de Volkswagen y Rodrigo Rato.

El gigante automovilístico alemán, que engloba las marcas Volkswagen, Audi, SEAT y Skoda, además de cientos de industrias auxiliares, introdujo un software en sus motores que detectaba cuando estaban siendo inspeccionados y reducían las partículas contaminantes emitidas a la mínima expresión, volviendo a la “normalidad” cuando su uso era el cotidiano.  Este hecho, confirió a sus productos un carácter de limpieza que les hizo vender millones de vehículos en todo el mundo, llenando la caja de billetes y la atmósfera de sustancias nocivas para la salud.

Erróneamente se califica de afectados a sus compradores y usuarios, cuando los auténticos perjudicados somos los seres vivos que respiramos.  Podríamos estimar la cifra en 8.000 millones de seres humanos y cientos de miles de millones de consumidores de oxígeno.  Una fruslería sin importancia a lado de la jugosa cuenta de resultados.

El “mejor Ministro de Economía de la Historia de España”, padre del resurgir económico de nuestro país en los oscuros años de Aznar en el poder, basó sus tesis en dos premisas:  Vender a precio de saldo, siempre a empresarios afines, cualquier empresa, recurso o servicio público que rindiera beneficios y, mediante una suicida Ley del Suelo, promover, alentar y sustentar una burbuja económica, basada en el ladrillo, que dio la falsa impresión de una bonanza financiera que hacía correr el dinero a raudales de mano en mano, hasta que reventó por sus costuras dejando millones de incautos a la intemperie.  Cada operación de compra, venta, inversión o construcción iba gravada con un porcentaje variable de comisión que fue a parar a la caja B del partido en el poder y, en unas proporciones nada despreciables, al patrimonio privado de sus ejecutores.

Erróneamente (o falsamente) se difundió que el dinero público, donde mejor estaba era en el bolsillo de los contribuyentes, cuando los auténticos beneficiarios eran los que se dejaron crecer las uñas para que, rascando rascando, les cupieran más billetes en cada intervención.  El “Padre de la criatura” disfrutó de un retiro dorado, como Director Gerente del FMI, del que salió apresuradamente, sin dar explicaciones, diez minutos antes que lo echaran y, ya de vuelta, aprovechó que estaba por su amada “tierra de promisión” para esquilmar la mayor entidad financiera pública de España, estafar a millones de clientes y, de paso, probar cada unos de los supuestos delictivos contemplados en el Código Penal en materia económica.

El fabricante alemán, tan culpable como el exministro español, pertenece a una cultura donde, si te pillan, te caes con todo el equipo y, amén de asumir su responsabilidad, estudia unas medidas para compensar a sus clientes engañados y ha habilitado un teléfono gratuito para informarles.  Rodrigo Rato está siendo mirado al microscopio y se va comprobando que, no solo pillaba de todas partes, sino que engañaba y manipulaba hasta a sus colaboradores más cercanos.  Él sigue negándolo todo, faltaría más, pero acabará con sus huesos y su altanería en la cárcel.  Sus sospechosas reuniones con el Gobierno y maniobras dilatorias retrasarán algo el proceso pero el grupo de la Guardia Civil que lo está investigando ha demostrado su solvencia e independencia y las pruebas que obtenga serán abrumadoras.

No estaría de más que Rato habilitara una línea de teléfono para afectados pero, en su caso, las llamadas serían irreproducibles y, por supuesto, de pago. En un mundo de tramposos, el dinero es el rey.   



1 comentario:

Anónimo dijo...

Saca algo de Tomás Gómez y Marjariza porque pareces el telebárcenas siempre en dirección única