domingo, 1 de noviembre de 2015

De la Muerte y de la Vida

Muerte y vida. Gustav Klimt 1916

El ser humano, como un ser vivo más de los que pueblan la Tierra, lleva insertadas en la base de su código genético las tres fases que marcarán su proceso vital: Nacer, crecer y reproducirse (o intentarlo, al menos).  Luego, con el avance de la evolución, hemos desarrollado una enorme capacidad para complicarnos la existencia pero, en esencia, esta se reduce a eso.

Hay un factor común a todo ser vivo, que además le confiere ese estatus, y por el que la Humanidad ha desarrollado una obsesión, mezcla de temor y fascinación, que condiciona inconscientemente su actitud y la forma de afrontar los problemas: La Muerte.

La Muerte no es otra cosa que un “cierre por cese de actividad”.  Si cada ser vivo está formado distintos compuestos de carbono que, combinados y reunidos entre sí, forman miles de millones de células especializadas, que conforman órganos, a su vez agrupados en sistemas que realizan diferentes y complementarias funciones fisiológicas, cuya suma da lugar a un individuo; la muerte consiste exactamente en el efecto contrario: La parada funcional de estos sistemas, la consiguiente descomposición química en compuestos cada vez más simples y, una vez alcanzado el nivel molecular, recombinarse y volver a formar parte del ciclo vital en otras estructuras.  Pensándolo en clave global, la muerte no constituye ningún final, solo es un paso más en un camino infinito.

El cerebro humano (otro órgano más) evolucionó más deprisa que el resto del organismo y fue adquiriendo funciones cada vez más complejas, la más importante quizá fue la capacidad para comunicarse, que desarrolló el lenguaje y, con él, la capacidad para hacer (hacerse) preguntas sobre fenómenos a los que no encontraba explicación: Ahí nació el mito de la Muerte y, como consecuencia, los pilares comunes sobre los que se asientan las diferentes religiones: Buscarle una explicación (con el tiempo, sacando beneficio de ella), proponer alternativas para posponer su inevitable llegada (con el tiempo, sacando beneficios de ellas) y tranquilizar la natural inquietud ante lo desconocido con la opción de acceso a una “vida mejor” (sacando un inmenso beneficio de ello).

No se puede negar que la muerte es un fenómeno doloroso en lo físico, cuando se experimenta en carne propia, y en lo emocional, cuando toca a alguien cercano, pero es algo tan natural como imposible de esquivar.  Ahí reside el éxito de celebraciones festivas como el internacionalizado rito celta de Halloween o la archiconocida tradición precolombina del Día de los Muertos, celebrada en México.  Ambas relativizan el fenómeno y lo convierten en motivo de fiesta despojándolo de la solemnidad oscura y lóbrega que la Iglesia Católica impuso para homenajear a nuestros ancestros.


Cada quien que lo celebre (si lo quiere celebrar) como quiera, pero que intente disfrutar al máximo de cada momento de su vida actual, no vaya a ser que en el próximo ciclo recombinativo del carbono, nos corresponda ser parte de la raíz de un champiñón, con lo aburrido que tiene que ser eso.

2 comentarios:

Angélica Pérez dijo...

Cuando duele mucho no se piensa, pero cuando pasa ese primer golpe y se acepta no queda más que vivir conscientemente. Yo, particularmente, me quiero recombinar en rueda de carro, para no parar...

Un abrazo ;-)

Anónimo dijo...

Y yo, me quiero recombinar en el eje de la rueda de ese carro, para no parar...