El pasado viernes, tras un Consejo de Ministros en el que se
les fue la mano con los chupitos de tequila, la vicepresidenta en funciones
(muchas y todas lamentables) se descolgó vaticinando una cifra de 20 millones
de cotizantes a la Seguridad Social en el año 2019. Amigo Sandro Rey, hazme caso, tu puesto está
en peligro, la competencia es despiadada y ventajista.
Lo que, seguramente con las prisas, olvidó comentar nuestra
buena amiga Soraya es que; gracias a su Regresión Laboral, la precariedad
provocada, los salarios de miseria que cobran los pocos privilegiados que
encuentran un trabajo y los cuatro millones largos de parados; esa ilusoria
cifra de 20 millones de trabajadores cotizaría como 10 de antes de la crisis,
poniéndole fecha de colapso al sistema público de pensiones ¿provocado quizá
por un sector financiero con hipermillonarios intereses en los planes de
pensiones privados (las nuevas “preferentes”)? Probablemente.
Tenemos muchas posibilidades de que los escombros del Estado
del Bienestar, que aún nos dan algo de sombra, se vayan definitivamente al
guano con nuestra pasiva complicidad.
Consciente o inconscientemente les hemos comprado la moto de que tenemos
unos sindicatos (los de clase, por supuesto) de un tamaño incompatible con la
eficacia y vendidos a la patronal y así nos va.
Hoy, 1º de mayo, me apetece reivindicar el papel de los sindicatos y su
cada día mayor necesidad (vaya por delante que, algunas actitudes de sus
dirigentes, tampoco han ayudado demasiado).
Cuando llegó Aznar al poder en 1996 fue plenamente
consciente que su verdadero rival eran los sindicatos de clase, le habían
parado el país dos veces a Felipe González y tenían fuerza suficiente para
echarle abajo la deriva neo liberal que tenía planeada. ¿Solución? Con ayuda de
sus gurús mediáticos de cabecera emprendió una campaña de desprestigio primero
y criminalización salvaje después que, secundada por los quintacolumnistas de
turno, fue haciendo mella en unos trabajadores zarandeados por una crisis (una
de tantas).
Se hablaba de los liberados sindicales como de un insostenible
ejército de vagos complacientes con el patrón y de las subvenciones percibidas
por los sindicatos como de un agujero negro económico destinado a pagar mariscadas y
rolex (falacias en forma de leyendas urbanas que triunfaron porque nadie levantó
la voz para rebatirlas), lo que se callaron es que la Patronal, su rival,
contaba con un número diez veces mayor de liberados y percibía ¡¡34 veces más!!
de subvenciones. Era un dato que no
convenía airear, no vaya a ser que a la gente le diera por echar cuentas.
A la vez, se alimentó generosamente la existencia de
sindicatos gremiales que imitaban la estructura de los verticales franquistas
vistiéndoles de un traje de eficiencia que solo era un tentáculo consentido de
la empresa y, para vergüenza propia y ajena, aparecieron, tras la conveniente
siembra, una serie de pequeños sindicatos de retórica incendiaria y nula
efectividad que pretendían ocupar parcelas que se robarían a los grandes, algo
que convenía a la estrategia trazada desde los despachos ultraliberales. Todo el plan se ha ido cumpliendo paso a
paso, punto por punto, sin fallar en nada.
Sin los Sindicatos de clase seguiríamos esclavizados,
trabajando jornadas interminables en situación lamentable por algo más que
lecho y comida. Es curioso constatar
que, desde el provocado debilitamiento sindical, la tendencia es volver a esas
condiciones y todavía hay quien se pregunta para qué sirven los Sindicatos: Sirven
para avanzar en tiempos de bonanza y para no retroceder en tiempos de crisis.
Nada más y nada menos.
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