Mientras no deja de llover, el lienzo en blanco nos pide dar
vida a su existencia, nos exige llenarlo de formas y colores, nos conmina a
retratar la realidad desde nuestra particular y deformada óptica.
Veo manchas difusas por toda su extensión, manchas donde,
como el test impronunciable de los siquiatras, vemos siluetas y figuras que sólo
dicta nuestra imaginación:
Veo una campaña electoral vacía de propuestas, sustituidas por
estrategias pergeñadas a la luz de Maquiavelo. Veo esbozar una batalla de azules y morados,
con el resto de tonos esperando su momento de engrosar la lista de víctimas.
Veo que todo forma parte de una trampa; una economía
invariable que juega con sus vasos comunicantes para transmitir la sensación,
de crisis o bonanza, que convenga a sus gestores planetarios o sus miserables
capataces locales; unas libertades con minúsculas cada día más pequeñas que, en
su mengua, van dejando sitio a un totalitarismo sutil y despiadado; unos,
dicen, medios de comunicación fieles voceros de sus amos, que no dudan en
rebanar gaznates con eficacia funcionarial o aupar a los altares dudosas voluntades,
según esté el pulgar del César accionarial.
Veo apelar a una soberanía de tosco decorado de guiñol, mientras
el dogal, primero de fino cordel que engordado por cabos de ambición ya es
maroma para barcos, ciñe la garganta con firmeza amenazante y cada cambio
pretendido está sujeto a las leyes naturales del chantaje.
Veo que la realidad acabará por regularizar lo que ya está
consolidado de facto: Lo que conocemos como impuestos será, al fin, la tasa que
pagamos los humildes ciudadanos a cambio de permitirnos sobrevivir; los
poderosos están exentos y los paraísos fiscales, ya legalizados, regalarán lujosos
yates como ahora nuestros bancos obsequian con juegos de sartenes.
Veo el lienzo enmarcado en sangre multicolor, patrocinada
por los fabricantes de armas que ven satisfecha su ambición y su cuota es
abonada con generosidad por los traficantes de vidas y petróleo.
Veo el cuadro que no quiero ver, que imagino bajo la luz
mortecina que filtran las nubes con su panzón negro, mientras, afuera, no deja de
llover.
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