Es lógico que no te acordaras de mí, faltaría más; las tres veces que estuvimos charlando, éramos cientos de personas y, aunque no nos recordaras, nosotros nunca te olvidaremos. La primera vez fue en la inauguración de la biblioteca que lleva tu nombre en un centro cívico de Getafe, ibas a saludarnos brevemente, dijiste, no más de cinco minutos y, transcurridos tres cuartos de hora, salpicados por nuestras pregunta y opiniones, decidimos parar y tomar un refrigerio para rehidratar la garganta, seca de tanta charla. Sólo tú pudiste beber algo, creo recordar que agua fresca; los demás, con la boca abierta sin remisión, prescindimos de cualquier ingesta de líquidos por el riesgo de ponernos perdidos con lo que goteara labios abajo.
La segunda vez, en la universidad, el placer fue doble y por partida doble; Olga y tú nos deslumbrasteis con vuestra lucidez, cariño y cercanía; dos por el precio de uno y en dos momentos: haciendo tiempo en un despacho antes de tu conferencia y, una vez terminada, los fugaces 30 minutos que tardó en llegar el taxi. Debo reconocer que, cuando se cerró la puerta del coche, oscureció de repente (o ya se había hecho de noche y no nos dimos cuenta).
La tercera ocasión, en otra universidad, me acerqué a saludarte una vez finalizado el acto con la vaga esperanza de que mi cara te resultase familiar. Ni fue así ni hizo falta, derramabas la misma calidez sin necesidad de excusas o pretextos y respondiste a mi saludo efusivo con una sonrisa cansada pero abierta y sincera.
Siempre sabio, siempre amable, siempre lúcido, siempre auténtico, siempre humano. Ahora sí te daré el abrazo que nunca pude por tu fragilidad (solo física) y otro a Olga. Pocas veces vi una pareja que se complementara mejor.
Me dirigí a ti, la primera vez, con un “señor Sampedro” que, inmediatamente corregiste con otro “José Luis, por favor”. Pues bien: José Luis, descansa en paz. Te lo has ganado.
3 comentarios:
Gracias por compartir tu vivencia. Saludos ;-))
En la biblioteca, un niño le preguntó cómo podía saber tantas cosas si no tenía televisión. Su respuesta fue: Por eso sé tantas cosas, porque no tengo televisión...
muy emotivo... faltan más hombres pensantes como él...
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