domingo, 6 de diciembre de 2015

Ilustres personajes invisibles: El conductor del autobús electoral


Puede que la devastadora ofensiva por tierra, mar y aire, que la impía gripe efectúa sobre mi organismo (muy apropiado el participio “gripado” para definir mi estado), haya hecho que mi mente febril se fije en un personaje tan invisible como imprescindible para el buen desarrollo de cualquier proceso electoral que se precie: El conductor del autobús de campaña.

Se trataría de un profesional de acreditada solvencia en lo suyo, capaz de mantener la calma en situaciones de euforia desmedida y de animar discretamente a su pasaje en momentos de languidez decimonónica provocada por encuestas desfavorables o cansancio integral tras una dura jornada repitiendo las mismas palabras sin sentido, sonriendo a las cámaras, manoseando atriles, babeando niños o repartiendo zascas por las redes sociales.

Nadie repara en su presencia pero todos notarían su falta (más que nada porque el autobús no se movería). No sé si nuestros protagonistas involuntarios han estado alguna vez bajo el foco escudriñador de los intrépidos cronistas electorales pero, si así fuera, no habrían conseguido sacarles un titular medianamente potable o una palabra fuera de su sitio natural. Son la discreción hecha carne.  Ocupan su asiento sin hacer ruido y, aunque todos los ocupantes conocen su nombre, solo se dirigen a él en contadas ocasiones para pedirle que suba o baje el volumen o preguntarle, cual niño cansino, cuánto queda para llegar.

Disponen de un espejo cóncavo que les da una panorámica precisa del interior del vehículo y, sin apenas un gesto, lo miran periódicamente para constatar que todos siguen ahí y están bien (o todo lo bien que cabría esperar).  Han sido testigos silenciosos de cabreos épicos, broncas telúricas, llantinas incontrolables, introspección casi autista, extroversión arrolladora, diseños de estrategia o cambios de última hora sin realizar más movimientos bruscos que el necesario para activar los intermitentes.

Han “apadrinado” relaciones amorosas sobrevenidas y fruncido el ceño con rupturas previsibles. Saben quién ronca, quién sueña en voz alta, quién es incapaz de echar una cabezadita y quién relaja esfínteres con más frecuencia de la recomendable para una sana convivencia. Nunca lo contarán, ni siquiera en su casa, son los responsables de un confesionario móvil y están amparados bajo la protección del secreto profesional.

Por ese motivo, en muy pocas ocasiones verás a nadie criticarles, sacar a relucir sus defectos o regañarles en público; aún con menos glamour que un abogado, manejan información igual de sensible y una palabra suya bastaría para hundir la carrera de más de uno (o una).


Vaya desde aquí mi sentido homenaje a esas personas tan invisibles como imprescindibles para el buen desarrollo de una campaña electoral: Los conductores de los autobuses de presidenciables, que están de “temporada alta”.

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