Desde niño, me llamó mucho la atención que se impusieran
condenas de X años y un día.
Estaba convencido que los años enteros eran la auténtica condena y que
se añadía un día más por mero recochineo.
Era como regodearse en la angustia del reo para que se lo pensase mejor
antes de volver a delinquir. Hete
aquí, que lo de la Jornada de Reflexión se basa en el mismo concepto: Como has
estado 4 años distraído, te damos un día más para que decidas a quien votar,
pero no lo malgastes en irte de juerga, que ya te conocemos.
Sesudos estudios científicos han documentado ya algún caso
de personas que han decidido su voto aprovechando la jornada de reflexión. Se trata, concretamente, de un señor de
Socuéllamos que había estado en coma los cuatro años anteriores y, aún así,
decidirse le costó algo menos de cinco minutos.
Ya en serio, la Jornada de Reflexión es un momento necesario
para evitar lesiones producidas por la práctica súbita de un ejercicio que
llevábamos tiempo sin realizar.
Así, aprovechando esa urna que cada español tenemos en casa, nos pasaremos
el sábado aproximándonos a ella con elegancia, con una sutil sonrisa en el rostro
y ademanes relajados, ofrecemos despreocupadamente el DNI a nuestra pareja que
ejerce la hipotética presidencia de mesa, y, una vez hechas las preceptivas
comprobaciones, introducimos el sobre por la sugerente ranura. Hacemos series de diez repeticiones e
intercambiamos puestos con nuestra pareja para que también ella pueda
entrenar. Así todo el día.
Este sencillo pero imprescindible gesto, nos otorgará la
confianza necesaria para ejercer nuestro derecho a voto con seguridad y
eficacia.
Ahora es cuando piensas: “Menuda gilipollez que se está
cascando este tío para rellenar un mísero folio”. En absoluto. Si
hubiéramos desarrollado suficientemente nuestra capacidad sufragista hace
cuatro años, nos habríamos evitado una legislatura completa de cabronadas,
recortes, choteo ministerial e hijoputeces varias porque, visto el resultado de
2011, podemos concluir que acudimos a votar a lo loco y depositamos nuestra
valiosa papeleta como el que tira mierda al río; sin pararnos a evaluar sus
catastróficas consecuencias. Por
eso, en esta ocasión, recomiendo encarecidamente practicar hasta la extenuación. Con ese aprendizaje anclado en el
cerebro nos irá mucho mejor, seguro.
Por cierto, otro anacronismo de este cúmulo de despropósitos
que conocemos como Ley Electoral, es que durante este tiempo no se puede pedir
el voto para ninguna formación política que concurra a los comicios. Vale, está bien, pero de decir a quién
no vas a votar la ley no dice nada, de modo que allá voy:
Ya sabemos qué sucede cuando se vota al Partido Popular y
sospechamos algo parecido si es Ciudadanos, su “marca naranja”, quien obtiene
los votos. De modo que no elegiré
ninguna de estas opciones. ¿A
quién votar entonces? Cada quien
que elija lo que quiera de entre el resto de candidaturas que son como el
jamón: Las hay desde “Pata Negra” hasta “peleón” pero, mal que bien, algo
alimentan.
De modo que, ya lo sabes, reflexionando, que es gerundio y
mañana, a ejercer con tino.
¡Suerte!
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