De ti depende que los cuatro años transcurridos entre
elecciones y elecciones sean una eterna tortura o un periodo fugaz pero
apasionante. Llevamos sobre
nuestras espaldas el aprendizaje de este último periodo y, muchos más de los
que lo reconocen, disimulan o mienten a la hora de confesar a quién otorgaron
su voto en 2011 por pura vergüenza y arrepentimiento. Procuremos que no vuelva a suceder.
El paso final consistirá en salir del colegio electoral con
la cabeza alta, una sonrisa satisfecha en los labios e ilusión serena en la
mirada. Pensar “Lo he hecho y lo
he hecho bien” tendrá un efecto contagioso en todo el que se cruce en nuestro
camino, que lo entenderá y secundará sin necesidad de intercambiar palabras.
Para ello habremos entrado en el colegio con decisión pero
sin prisa, disfrutando del momento; habremos recogido nuestra papeleta del
montón correspondiente sin hacer ostentación pero con orgullo y habremos
dirigido nuestros pasos hacia la urna con la misma emoción del que vota por
primera vez, conscientes de que, esta vez sí, servirá para algo.
Previamente, habríamos salido de casa y contado a los
vecinos que íbamos al colegio electoral, que ya iba siendo hora y que esta
oportunidad, de mandar de regreso a las cloacas a las alimañas que nos han
gobernado, no podía dejarse pasar.
Como en el fondo son buena gente, con sus rarezas pero buena gente, el
que estuviera convencido verá refrendada su opción, el que dudase vería
disipada su duda y el persuadido de lo contrario, acudiría al colegio pensando
si estaría equivocado o, directamente, se abstendría de salir de casa.
Todo esto es consecuencia de un proceso interno de
pensamiento, análisis de la situación, evaluación de las opciones y,
finalmente, haber llegado a conclusiones firmes, razonadas y sensatas para
apostar por un proyecto diferente a lo que hemos tenido hasta ahora pero no por
ello descabellado. La única salida
posible tras haber desenmascarado a vendedores de crecepelo, falsos profetas,
embajadores de lo mismo puestos en limpio y chupasangres de sonrisa lobuna y
ademanes de carterista.
Hemos tenido cuatro largos años para pensarlo, 49 meses
viendo impotentes como, cada vuelta de tuerca, dejaba más amigos tirados en el
camino, 212 semanas temiendo la infamia disfrazada de Consejo de Ministros o
1461 días en que mucha gente no sabía si iba a tener un plato en la mesa
mientras ladrones y poderosos lucían impúdicamente su ostentación de
desvergüenza.
Por eso sé, sabemos, que para
sentirse orgulloso del voto y disfrutar cuatro años de lo votado, aunque haya
que hacer sacrificios; lo vamos a hacer pensando primero en los intereses
generales, después en los de nuestro grupo de afines y, por último, en los
nuestros particulares. Porque es
lo que hay que hacer y porque es necesario que todos lo sepan.
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