domingo, 8 de mayo de 2016

Catarsis


Cuánto detesto a todos aquellos que se dedican a hacer a los demás un daño gratuito e injustificado.

No soporto a los talibanes de las ideas que sólo contemplan las suyas como válidas, denostando al resto.

Me repugnan los hipócritas que pasan la vida dando lecciones y no tienen espejos en casa para no tener que mirarse.

Abomino de quienes han hecho de su existencia una excusa para regañar a todos por todo.

No aguanto a la gente que madruga para poder estar más tiempo enfadada.

Reniego de quienes sólo conjugan la vida en primera persona del singular.

No tolero a los egoístas sin escrúpulos cuya única ambición es acumular bienes despojando a los demás de ellos.

Aborrezco a los envidiosos patológicos, a los que desprecian cualquier logro, a quienes palidecen con la felicidad ajena.

Me repelen los odiadores profesionales, que han hecho su modus vivendi de arrastrar por el fango a los miembros de otras etnias, géneros, países, religiones, aficiones, ideas o culturas.

Maldigo a los que inventaron dioses para dominar a sus hermanos, a quienes los han usado en su beneficio y a todos los que mataron, matan y matarán utilizándolos como arma.

Desprecio a los vendidos que arrastran a sus iguales al abismo para engordar su bolsa.

Condeno a los poderosos que usan sus recursos y compran a débiles y necesitados para que entreguen a los suyos a cambio.

Odio a los que odian.

No puedo tolerar a los desconfiados enfermizos que sospechan de cualquier gesto bienintencionado.

Repruebo a los vividores que administran con infinita generosidad la pólvora ajena.

Me asquean los que disfrutan del dudoso goce de causar dolor, sufrimiento y muerte.

Sufro al contacto de quienes han hecho del llanto el cómodo objetivo de su existencia, despreciando constantemente oportunidades de salir del hoyo.

Me joden los agoreros del pasado, enmierdadores del presente y oscurecedores del futuro.  Carecen de ilusión y les fastidia que otros la tengan.

Me encanta bromear con los escleróticos mentales, no lo entienden, se indignan, babean y se ahogan en su propio vómito de intolerancia.

Me desagrada profundamente la obligación de ser políticamente correcto y escapo de ella a la menor oportunidad.





1 comentario:

Grillito dijo...

No comulgo con aquellos que hacen de su ignorancia un arma de la que alardean porque prefieren vivir en ella a que un mínimo atisbo de conocimiento rompa esa placentérica existencia como el dolor de un parto.