jueves, 12 de enero de 2012

MOSCAS DE ENERO


Es incómodo sentarse en un sillón remendado que reventó, de puro uso, hace algunos meses.  No puedes recoger las piernas porque te hieres las pantorrillas con las puntas de unos clavos bienintencionados que sujetan la inútil plataforma plegable.  Quien quiera dormitar con relativa comodidad, que utilice un escabel.

El tablero escamotable de la mesilla está inclinado como el lomo de un criado servil; cualquier contenedor de líquidos que coloques deberá ser calzado o, inevitablemente, verterá su contenido según dicta la gravedad.  Si las raciones hospitalarias ya son de natural ajustado, perder la mitad de la sopa por un defecto de mantenimiento es un lujo asiático que no nos podemos permitir.

Pero es posible que la comida no llegue a su destino.  A los pies de la cama se ubica una mesita, también plegable, donde, las amables auxiliares, colocan la bandeja que contiene ese eufemismo llamado comida; puede ser y no diría yo que no, que el sistema consistente en un trinquete deslizante que se engancha al final de su recorrido, esté roto, vencido y débil tras muchos años de servicio y, al colocar la liviana bandeja, ésta bese el suelo con su magro contenido.

Cabe la posibilidad que los frenos de la cama estén tan desgastados que ofrezcan una frenada desigual y caprichosa que hace el curioso efecto de, para avanzar o retroceder con ella, estar obligados a imitar el movimiento del caballo de ajedrez.

Todas estas situaciones responden al tipismo de los sanatorios de posguerra pero, es indignante, en pleno siglo XXI no deben asomar por ningún rincón de la sanidad pública madrileña,  No hay dinero para mobiliario, no hay dinero para mantenimiento,… NO HAY DINERO.

No hay dinero para la sanidad pública porque; lo que es la privada, financiada con nuestros impuestos, esos que sobran; tiene lo último de lo último y leche de hormiga si fuera menester.

Hay decenas de personas hacinadas en los pasillos de urgencias mientras cientos de camas públicas aguardan cerradas la llegada tronante de la sanidad privada al rescate.

Lo razonable, lo habitual, lo lógico, lo natural es que los huevos de los insectos eclosionen con la llegada del calor y tengamos un verano plagado de moscas.

Lo antinatural es lo que ocurre ahora que, en pleno enero, los cristales del hospital están llenos de moscas y algunas atienden por Esperanza.

1 comentario:

Ernesto dijo...

Así pasa, que tienen el hospital tan hecho una mierda que se cae a trozos. Al que no se le cae la cara de vergüenza es al alcalde, que le gusta una cámara más que los Mercedes a los moros. Ni tiene pudor ni lo ha conocido y encima hacce un tratamiento privado que debe costar un huevo para perder kilos. Que se ponga a plan de acelgas y pescado hervido verás como tiene el mismo efecto y mucho más discreto