martes, 13 de marzo de 2012

MEDIO SIGLO DE NADA


Cada cierto tiempo conviene abrir las ventanas, mover los muebles, revisar los armarios y cajones, quitar el polvo a las fotos y pintar la casa. No hay ningún manual que establezca la frecuencia más conveniente a este saneamiento, desde el convulsivo semanal de los obsesos de la limpieza al nunca jamás de los discípulos de Diógenes. Busquemos un punto intermedio razonable ¿cada 50 años? Podría ser.

El caso es que, desde los tres años de edad, recuerdo prácticamente todo: Mis apasionantes visitas al colegio, la atracción misteriosa que ofrecían las máquinas de escribir del aula contigua, mis constantes escapadas para aporrear las teclas y quedarme castigado a diario por hacerlo (mi madre ya iba a buscarme media hora más tarde para no estar esperando todos los días). Recuerdo el acontecimiento que supuso el nacimiento de mi hermano, antes de tener cinco años o la compleja memorización, con seis años, de un monólogo que debía interpretar en mi primera subida a las tablas. También recuerdo otras cosas menos agradables pero, qué le vamos a hacer, la memoria es cruel en ocasiones.

Tuve una infancia más o menos feliz, según dónde pongamos el listón, un poco sobrada de cachetes para mi gusto pero, bueno, era la educación de entonces; si acaso, una constante en mis notas, todo dieces menos una asignatura, conducta, donde coseché un cero detrás de otro. ¿travieso, rebelde?

Un suceso en mi adolescencia marcó, y de qué manera, el resto de mi vida: A los quince años me crucé con ella; mi amiga, mi confidente, mi amante, mi Némesis… mi amor. Todo eso y muchas otras cosas más estaban escondidas, traviesamente, detrás de unos enormes ojos verdes que deslumbraban a humanos y divinos. Caí en el encantamiento y, hoy, treinta y cinco años después, no cambiaría un minuto transcurrido con ella por lo que me queda de vida…

Disfruto de otro tesoro de infinito valor, un hijo, me hace sentirme orgulloso y, tras los difíciles años de la adolescencia, no para de esforzarse en darme alegrías. Lo consigue a diario.

Mis años de estudiante, la temporada en la radio, llevar escribiendo desde antes de empezar a escribir, escuchar más de lo que hablo, tratar de aprender siempre y saber que no sabes, apenas, nada; trabajar con la cabeza muy alta por no haber hecho, conscientemente, daño a nadie me hacen creer que, amén de los cercanos, hay gente que me quiere.

Tengo muchos amigos y aún conservo varios de los tiempos del colegio y gozo de una familia que me ha enseñado a discurrir y razonar de modo racional y con conciencia social, sin extremismos pero con pasión lo que, inevitablemente me ha llevado a ser de izquierdas.

Paloma, Andrés, Padre, Mario, Nuria, Javi, … Os quiero y, por una vez, me he quedado sin palabras. Sólo quiero daros un abrazo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito

Mariete dijo...

o eres un cabron ( en el mejor sentido), o se me ha metido algo en el ojo.
Gracias por existir, hermano.

Javi Luna dijo...

Ya me gustaba leerte a diario y hoy mas aún. Un abrazo, eres un grande