Con independencia de que uno sea de natural
internacionalista, debo reconocer (y reconozco) que España es un país que
merece la pena y lo es, sobre todo, por sus ciudadanos. En líneas generales somos buena gente,
tópicos aparte. En lo que no hay
por donde agarrarnos es en el aspecto institucional; tenemos, formalmente, una
serie de estructuras que deberían dotarnos de esa libertad tan cacareada que
proclaman pero, a la hora de la verdad, no es más que un decorado de cartón
piedra que se ve constantemente superado en su funcionamiento por las
necesidades y expectativas de quienes sostenemos el tinglado: Nosotros.
Si nos ponemos a hablar de nuestras instituciones, es de
obligado cumplimiento comenzar por La Corona, ese órgano decimonónico que, cada
día, nos da motivos legítimos para abrirles la puerta de salida. ¿Nadie habla de esa herencia recibida?
Estamos dando de comer (y de beber), muy generosamente, a un
señor cuyo rasgo más destacado es su “campechanía” y a una, cada día más
numerosa, prole de vividores de productividad nula salvo que se trate de
conductas vergonzosas, cuando no, directamente delictivas.
Impuesto en el Trono por ese dictador asesino que tuvo
España sojuzgada durante 40 años, se ha dejado llevar por el oleaje social que
ha ido yendo y viniendo como un corcho que siempre flota aunque todo lo demás
se hunda y, resulta patético, que el mayor logro que se le atribuye es haberse
posicionado en contra de un golpe de estado, siendo muy oscura su participación
previa y, algunas voces así lo afirman, que se echó atrás cuando dudó de su
éxito. Otra vez el corcho que
siempre flota.
Desde entonces hasta hoy, su único objetivo ha sido vivir a
“cuerpo de rey” e ir amasando una fortuna (no hablo del yate) opaca en su
cuantía y en los métodos empleados para conseguirla. Produce sonrojo escuchar a quienes, de manera ampulosa y
artificial, señalan que el Rey es el primero de los embajadores de nuestro
país, con un gran papel a la hora de conseguir golosos contratos en el exterior
para nuestras empresas. En su
tarjeta de visita debería figurar: Juan Carlos de Borbón y Borbón, Comisionista
Mayor del Reino.
No tengo ninguna duda, la Constitución de 1978 está
sobrevalorada y a punto de reventar por las costuras. Sería el momento de elaborar una nueva, no estoy de acuerdo
en parchear la actual, y, además de dotarnos de estructuras de funcionamiento
democrático real, eliminar la caduca institución monárquica y, puestos a tener
Jefe del Estado, que sea elegido por los ciudadanos. En su momento (1931), tuvimos la Constitución más avanzada
del mundo y no sería un mal punto de partida con la lógica adaptación a la
sociedad actual.
Después del discurso de Nochebuena sólo puedo decir: ¡Viva
la República!
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