martes, 25 de diciembre de 2012

50 SOMBRAS DEL REY



Con independencia de que uno sea de natural internacionalista, debo reconocer (y reconozco) que España es un país que merece la pena y lo es, sobre todo, por sus ciudadanos.  En líneas generales somos buena gente, tópicos aparte.  En lo que no hay por donde agarrarnos es en el aspecto institucional; tenemos, formalmente, una serie de estructuras que deberían dotarnos de esa libertad tan cacareada que proclaman pero, a la hora de la verdad, no es más que un decorado de cartón piedra que se ve constantemente superado en su funcionamiento por las necesidades y expectativas de quienes sostenemos el tinglado: Nosotros.

Si nos ponemos a hablar de nuestras instituciones, es de obligado cumplimiento comenzar por La Corona, ese órgano decimonónico que, cada día, nos da motivos legítimos para abrirles la puerta de salida.  ¿Nadie habla de esa herencia recibida?

Estamos dando de comer (y de beber), muy generosamente, a un señor cuyo rasgo más destacado es su “campechanía” y a una, cada día más numerosa, prole de vividores de productividad nula salvo que se trate de conductas vergonzosas, cuando no, directamente delictivas.

Impuesto en el Trono por ese dictador asesino que tuvo España sojuzgada durante 40 años, se ha dejado llevar por el oleaje social que ha ido yendo y viniendo como un corcho que siempre flota aunque todo lo demás se hunda y, resulta patético, que el mayor logro que se le atribuye es haberse posicionado en contra de un golpe de estado, siendo muy oscura su participación previa y, algunas voces así lo afirman, que se echó atrás cuando dudó de su éxito.  Otra vez el corcho que siempre flota.

Desde entonces hasta hoy, su único objetivo ha sido vivir a “cuerpo de rey” e ir amasando una fortuna (no hablo del yate) opaca en su cuantía y en los métodos empleados para conseguirla.  Produce sonrojo escuchar a quienes, de manera ampulosa y artificial, señalan que el Rey es el primero de los embajadores de nuestro país, con un gran papel a la hora de conseguir golosos contratos en el exterior para nuestras empresas.  En su tarjeta de visita debería figurar: Juan Carlos de Borbón y Borbón, Comisionista Mayor del Reino.

No tengo ninguna duda, la Constitución de 1978 está sobrevalorada y a punto de reventar por las costuras.  Sería el momento de elaborar una nueva, no estoy de acuerdo en parchear la actual, y, además de dotarnos de estructuras de funcionamiento democrático real, eliminar la caduca institución monárquica y, puestos a tener Jefe del Estado, que sea elegido por los ciudadanos.  En su momento (1931), tuvimos la Constitución más avanzada del mundo y no sería un mal punto de partida con la lógica adaptación a la sociedad actual.

Después del discurso de Nochebuena sólo puedo decir: ¡Viva la República!


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