domingo, 12 de febrero de 2012

EL ADOSADO DEL TÍO TOM


Debemos abandonar ya el complejo de adolescente que nos tiene en un sinvivir permanente:  En casa lo protestamos todo, juramos en arameo, amenazamos a los más cercanos con tormentos propios del infierno si no nos hacen caso y, en cuanto ponemos un pie en la calle, nos quedamos petrificados, como una liebre cuando le das las largas y ya nos pueden vender lo que quieran:  Ropa estrafalaria, la moda de los tatuajes que, de tanto intentar parecer distinto, da un punto de exclusividad a quien no los lleva, comprarse un chalet más grande que el del vecino, admitir con pereza que nos desguacen la sanidad pública, un coche con 300 caballos para ir a 120 o una reforma laboral en la que nos ocultan a cuenta de quién corre la compra de los grilletes.

Cuando teníamos 12 años, nos contaron la voracidad de los agujeros negros, que absorbían todo lo que encontraban a su paso hasta el punto de atrapar la luz o detener el tiempo y, sinceramente, algo de miedo daba.  La táctica de salir, cada día un ministro diferente, contándonos su particular contribución a la maquinaria de gobierno del Partido Popular va un paso más allá; no pretende detener el tiempo, pretende volver 40 años atrás y todo apunta a que lo están consiguiendo:  Tenemos una crisis de dimensiones planetarias, conflictos en oriente medio, el petróleo por las nubes, los grises sacudiendo estopa, no tendremos la “iguala” al médico pero sí el copago, las puertas de las empresas atascadas de trabajadores que se van a la calle y un runrún interior sobre qué decisión tomará el Rey cuando llegue el momento.  Sólo faltan los pantalones de campana.

Ahora bien, una vez superada la época adolescente, aprenderemos también a separar el grano de la paja.  Si TODOS metemos nuestro dinero en los bancos y tenemos los pagos también con ellos y si los bancos nos cobran nuestro dinero sólo por partadear ¿Cómo es posible que haya que sanearlos con cientos de miles de millones de euros?  Es que han perdido el dinero en operaciones financieras.  ¿Mi (nuestro) dinero?  A la cárcel con ellos.  No, es que tenemos que poner más para reflotarlos; se lo prestamos al 1 % y ellos lo utilizan en comprar deuda soberana al 5 % y con los beneficios tapan agujeros del tamaño de Groenlandia.  ¿Y la financiación de las empresas y los particulares?  Eso viene después, para “ayudar” a los demás debemos ayudarles primero a ellos…

Otra cuestión que inundaba de dudas nuestros años bachilleres era que, la materia y la energía son dos estados diferentes del mismo concepto y éste, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.  Pues el dinero tampoco se crea ni se destruye, sólo cambia de manos; de las nuestras a las suyas, concretamente.  ¿A qué manos ha ido a parar el PIB mundial multiplicado por x, que han perdido los bancos?  ¿Son esas las manos que mueven los hilos de nuestros gobernantes, de todos nuestros gobernantes?  Sí, sin ninguna duda.

Nuestro planeta lo habitamos más de siete mil millones de personas (unas con más suerte que otras, la verdad) y sólo hay un poder capaz de arrebatar y recuperar, de las manos que lo amasan con avaricia, el dinero que resolvería todos los problemas del mundo y sobraría la mitad;  el poder de todas las personas gritando a la vez.  Sobrecogedor.

Quienes saben realmente de qué va esto, se esfuerzan en tratar de convencernos que el Marxismo es una teoría caduca y decimonónica que sólo reivindican unos nostálgicos polvorientos, zarrapastrosos y nostálgicos de otra época.  Precisamente ellos, quienes forman el núcleo del Capitalismo más salvaje y montaraz.  En el siglo XIX se mantenía a los esclavos sujetos con grilletes y se les educaba a latigazos, en el siglo XXI, se mantiene a los esclavos sujetos con deudas y se les educa con el pensamiento único con diferentes matices cromáticos. 

Hoy, como en nuestra infancia, deberemos releer las novelas de entonces con alguna ligera adaptación.  Hoy recomiendo: EL ADOSADO DEL TÍO TOM.




1 comentario:

relacionando dijo...

muy bueno.Casi me levanto del asiento, he vuelto a sentir a borbotones la pasión de la época asolescente.